En el Arte Románico, período artístico que ocupa los siglos XI y XII en Europa, la
presencia del diablo es sumamente frecuente. Cada vez que hay que representar un
personaje negativo y opuesto a Cristo, se materializa en un diablo grandioso, del mismo
tamaño que su enemigo y con aspecto temible. Un ser monstruoso que mezcla en su
anatomía rasgos humanos y animales, que configuran un ser fantástico.
La definición de su imagen y presencia se debe a la Iglesia que dicta los mensajes
iconográficos que se representan en los templos. Igualmente y desde el púlpito, la
literatura homilética está plagada de diablos y las predicaciones y visiones de las
autoridades religiosas encargadas del apostolado de los fieles, convierten la
demonología en el tema hagiográfico principal.
Especialmente en este período y adoctrinando a un público preferentemente inculto, se
sirvió la Iglesia de la estética del terror para infundir miedo a los fieles. La imagen
diabólica es puramente didáctica y casi pueril, en la que predomina la idea de que el
aspecto está en deuda con el carácter de la persona. Los rasgos monstruosos y repelentes
definen un comportamiento maligno.
El Mal está por todas partes y el Románico representa un diablo que remite a los
enemigos de la Fe cristiana, como el negro que recuerda al cercano enemigo musulmán.
Además, determinadas peculiaridades físicas como la cabellera de fuego, la barba
bifurcada y la cojera, perviven hasta la actualidad.
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The image of evil in Romanesque art
Autor de la traducción al inglés: Daniel Weyndling.